El ABC de la transformación – Capítulo 1.
“El No Saber que No Sabes”
Les comparto algo que escribí cuando estaba en la primera fase de mi camino de transformación, amor propio, y conexión con mi liderazgo femenino y propósito. Mi momento de despertar. El arranque, el saber que hay algo que no encaja del todo. Pero estás ahí. En el No Saber que No Sabes. Lo nuevo todavía lejos, impalpable. Pero su energía sale y te llega al alma, y te empieza a llamar.
Febrero 2014…
Hoy tengo ganas de llorar. Llorar desconsolada y profundamente. Acabo de salir de una exitosa reunión donde todo ha salido bien, donde todo ha fluido de una manera increíble como en las películas, y donde siento una profunda satisfacción en mi carrera, de largos años en gestación. Siento que a cierto nivel estoy llegando a momentos en mi vida que son muy altos, como llegar a una cima de una montaña. Y esto me da mucha felicidad.
Pero mi tristeza es a otro nivel. Es una tristeza profunda. Porque además tengo una familia que me adora y a quien he adorado.
Un esposo perfecto, considerado, respetuoso, amigo. Un cómplice de vida. Empezamos hace 17 años un viaje hermoso y comprometido, fiel y que ha generado muchos frutos, unos hijos hermosos y perfectos, unos lugares especiales que hemos construido a lo largo de los años, proyectos trabajados en conjunto, emprendimientos…
Y además para colmo de males, tengo una familia extendida ejemplar, unos suegros adorados, unos abuelos únicos que nos han apoyado siempre, y además unos hermanos con los cuales he venido cultivando una unión familiar muy fuerte y duradera.
Y adicional a todo eso, que además reconozco que muchos ni siquiera logran tener, tengo varias dimensiones que me dan placer y felicidad. Por ejemplo, canto en una banda de rock. Y ahí he aprendido a encontrar mi voz interior, a sanar y a proyectarme. A comunicarme desde otro lugar, sin temor a ser juzgada, desde este espacio he creado algo muy especial que es muy mío, muy personal y auténtico pero que cuando lo comparto genera una especie de magia.
También me gusta subir montañas y estar en la naturaleza, como una comunión espiritual y mágica.
Y tengo además esta felicidad de poder caminar y subir monte, y tener la salud y vitalidad y sensibilidad para recorrer, agradecer y comunicarme con la naturaleza, los pájaros me hablan, las libélulas me saludan y el viento y las nubes me dan mensajes ocultos que yo interpreto. Y que atesoro.
Y entonces, ¿qué pasa?, ¿Por qué estoy empecinada en estar triste? Porque el corazón es caprichoso, quiere además tener otras cosas, otras emociones, deleitarse en cosas distintas. Pero es mi corazón, mi estúpido y caprichoso corazón que no ve todo lo que tiene ni reconoce el valor de lo que ha creado, que además quiere más. Quiere de pronto recrearse, abrir nuevas posibilidades, sentir el placer de emociones diferentes. Quiere explorar en terrenos poco explorados. Y esto me ha volcado, con hambre de alma (y esto no entiendo muy bien por qué tengo esta hambre que ni siquiera sabía que tenía) hacia una atracción profunda e inexorable con mi música.
Cuando oigo la música se mueve algo muy profundo, algo casi genético, algo que tengo en mi ADN, en mi sangre y en mis ovarios, un reconocimiento a los músicos de mi familia, a mi mamá quien tocó apasionadamente jazz y bossa nova en la batería, a mi abuelo quien tocó jazz y blues en pianos desde Nuevo Orleans hasta Chicago, a mi papá quien tocó y cantó boleros en su guitarra. A mi tía quien grabo discos y ganó premios por sus canciones de los años 70s. A mi hermana que batiendo todos los pronósticos se volcó a una carrera musical y está generando canciones sublimes.
A muchos más familiares que tenían vena musical y la compartían de varias maneras.
¿Y por qué no soy música? A pesar de que, de chiquita, ser bailarina y pianista era lo que yo más quería ser. Generé una especie de doble vida, de doble personalidad.
Una persona formal, que ganaba premios por ser la mejor estudiante, callada y estudiosa, tímida y reservada, controlada en sus expresiones pero líder e independiente, y la otra espontánea y artista, en el presente, sencilla, nómada, transparente y fluida.
Dos distintas. Camaleónicas. Irreconciliables, como una especie de choque de trenes en gestación. Pero en la superficie, todo bien. Todo bajo control con frialdad y cálculo.
Pero entonces (volviendo al tema), el tema de la música no deja de ser algo muy profundo. Algo esencial en mi espíritu. Y creo que por esto, algo me pasa. En el cuerpo. Desde mis pies hasta mi cabeza. Una vibración y un deseo. Y quiero botar toda mi vida orquestada y perfecta, por el abismo.
Entonces mi tristeza es profunda. Porque mi tristeza real y profunda es por mi lugar en este mundo, el cual he construido y creado a lo largo de tantos años, con todas las precauciones y buenos deseos y amor, con todo mi compromiso – ¿Qué me pasa? ¿Por qué la vida que tengo no es suficiente? ¿Por qué estos 17 años y esta larga construcción y esfuerzo, compromiso y amor no me capta totalmente? ¿Qué esta faltando? He ahí una tristeza, una falta de algo que no sé que es.
Estoy sola. Y desnuda. Con mis debilidades expuestas. Con mis incoherencias. Con mis deseos y anhelos.
Entonces, ¿te has sentido así? ¿En esa incoherencia, esas ganas de reconciliar deseos, anhelos, o partes de ti misma que no han tenido el espacio suficiente en tu vida para expresarse?
Es posible que sientas:
Si está sintiendo algo de esto, no estás sola. Lo primero es aceptar que tienes este llamado, y decidir, si vas a entrar al camino del aprendizaje y la expansión, el cual es incierto, o si vas a continuar en tu vida como vienes. Si decides aceptarlo, creé un Paquete de Poder, Impacto y Propósito para acompañarte a iniciar el camino para transformar tu vida. Puedes obtenerlo acá.
Te deseo mucho amor propio en tu camino de la transformación, liderazgo y propósito.
Un abrazo de Musa,
Alejandra Torres.