Hola,
Hoy te tengo algo muy personal y profundo que contar. ¿Has escuchado esta frase?
“La vida es lo que nos pasa cuando estamos distraídos haciendo otras cosas.”
Necesité un ataque y embistes repetidos de un Toro para darme cuenta de esto y recibir un regalo tan preciado como la Vida misma.
¿Cómo?
Sí. Un Toro.

¿Cómo pasó?
Iba caminando hacia un lago, por un camino muy conocido que he caminado desde que soy niña. El lago estaba ahí al frente mío, brillando como una bandeja de plata, y yo iba con dos perros que son de la familia que nos cuida la finca y la casa.
A ellos dos, Ronald y Amanda, les dije cuando salí, un poco en broma – pero en el fondo nada es en broma, ¿no?- que, si no regresaba antes de cierta hora, salieran a buscarme. Y Ronald me dijo que Peluche, uno de los perros, siempre salía a avisar. También les dije que llevaba mi celular. Ahora bien, este comportamiento no es tan natural en mí, casi siempre salgo a caminar sin mi celular y me encanta perderme en la naturaleza y desconectarme. Pero por alguna razón que aún desconocía, me llevé mi celular muy cerca en mi chaqueta.
Todo se veía hermoso y perfecto, y yo intuí algo poderoso, sentía que algo importante iba a pasar. La sincronía y la magia se sentían, estaba como en un tiempo sin tiempo multidimensional. Esa sensación la he sentido cuando voy muy conectada y Presente, como cuando nacieron mis hijos, o cuando murió mi hermana. Son momentos para poner atención y despertar. Ser plenamente Presente.

Me tomé esta foto, sintiéndome fuerte, feliz y agradecida con la naturaleza. Vi varios hongos hermosos, y justo al cruzar la última quebrada antes de llegar al último plano del lago, me topé con una telaraña y una linda araña roja y negra. Como diciéndome, cuidado, no cruces.
Sin embargo, seguí mi camino. En algún nivel, el nivel del Ego, era inconsciente de lo que iba a pasar.
Salí al lago, y fui caminando por el último tramo de este camino. Y ahí lo vi. Al Toro. Era negro, y estaba parado al lado de una vaca, como a 50 metros de mí. Ahora bien, muchas, pero muchas veces he caminado por esa zona, y muchas veces me he topado con toros, y vacas, que a veces algún vecino deja pastando por ahí. Y siempre sigo mi camino, y ellos se quedan ahí pastando. Nos saludamos con la mirada, y no pasa nada.
Pero ese día, pasó algo trascendente. Pasó que este Toro, apenas me vio, alzó la mirada. Y bramó con un bramido que sonaba más a alerta y a amenaza que a saludo tranquilo. Yo seguí caminando, lentamente. Paré, me voltée, y le hice al Toro un “mmmm”… como cuando uno tranquiliza a los caballos, como para decirle, “tranquilo que no voy a hacer nada, sólo estoy caminando al lago”.
Pero debe ser que yo sencillamente no sé hablar Toro, porque este Toro ahí mismo, hice este mmmm, se vino corriendo detrás de mí. Rápido.
Ahí aceleré mi camino, sin tratar de huir, manteniendo la calma dentro de lo posible. A mi derecha había una montaña muy empinada, como una especie de pared que sube unos 15 metros y luego se vuelve más diagonal y un poco más fácil de subir, pero es una barrera grande. Detrás de mí, sentía al Toro corriendo hacia mí.
Me subí por esa parte muy empinada, logrando poner un par de metros de altura entre donde yo estaba y el Toro. Y ahí, el Toro bramó y me miró. Yo, con el corazón en la mano, saqué mi celular y llamé a Ronald. Primero no me contestó, luego sí. Le dije, “Venga ya por mí, hay un toro bravo y está muy agresivo. Creo que me va a atacar.” Mi voz era calmada. Creo que tan calmada que Ronald alcanzó a pensar que yo estaba exagerando. Pero creo que esa tranquilidad ayudó a que el Toro no se pusiera más bravo conmigo.
Apenas colgué y volví a guardar el celular en mi chaqueta, saltó el Toro hacia mí y escaló esa montaña. Ahí ya lo tenía justo debajo de mí y tan cerca que lo podía tocar, a ese gran toro negro. Yo empecé a decirle ommmm…tranquilo. Y le puse mi mano y me la olió y me la lamió. Sentí su hocico tibio, su lengua rugosa. Yo respiré profundo. Y traté de quedarme quieta, con la esperanza de que ahí dejaría de venir detrás de mí y me dejaría quieta.
En vez de dejarme quieta, en un instante, saltó hacia mí y me empujó. Y bramó como diciendo, no te voy a dejar ir tan fácil. Ahí, entré en modo instintivo. Y dejé que mi cuerpo se moviera. Y mi cuerpo se movió rápidamente, con agilidad. Salté como un saltimbanqui y seguí subiendo la ladera muy empinada, hacia arriba para seguir distanciándome del Toro. En un momento de ventaja, volví a llamar a Ronald, y le conté rápidamente mis indicaciones, para que supiera donde encontrarme: le dije que iba subiendo la montaña y le pregunté si traía una cuerda o soga para atrapar al toro. Me dijo que ya venía bajando, y colgamos.
Y el Toro que parecía más bien tener superpoderes de Cabra, siguió subiendo por esa montaña tan empinada y escarpada y me embistió por primera vez detrás de mis piernas. Ahí caí, sintiendo sus golpes. Aplastada contra el pasto, pedí al Universo que me dieran fuerzas.
Pedí al Universo y a todas mis dimensiones, que me trajeran el poder a mí.
Que pudiera sentir ese empoderamiento que está en mi cuerpo, y me llegó de conscientemente comandar, instruir y convocar a mi poder de todos los lugares y de todas las épocas. Y que me permitiera ser Yo plenamente. En mi pleno poder.
Pensé: I am my own. Yo soy mía.
Pude volverme a parar, a seguir subiendo para no quedar como presa inmóvil de este gran y muy fuerte contendor. Seguí subiendo esta montaña, entre matorrales y pastizales altos, y llamé una tercera vez a Ronald, y le dije que me buscara a mano derecha, arriba en la montaña cuando llegara. Lo que más me preocupaba en ese momento era que no me pudieran encontrar, ya que estaba lejos de cualquier camino. Él ya venía a lo que más podía. Pero cada minuto era invaluable.
Seguí subiendo, y el Toro me embistió otra vez más en esa subida. Y pude pararme y seguir hacia un espacio plano, como un claro entre el matorral.
Llegamos a este claro, y el Toro vino tras de mí. Con la ventaja para él de que era plano. Ya no tenía la gravedad a mi ventaja. Busqué un lugar desde donde llamar a Ronald a darle pistas de dónde estaba, y a pedir ayuda, a decirle que se apurara. Ya era cuestión de minutos. Y en esas, me embistió el Toro y boté el celular en ese piso gredoso donde me encontraba.
Ya era cuestión de esperar. De tener fe de que iba a llegar Ronald. Y resistir. Saqué mi resiliencia y mi fuerza, y mi paciencia.
En ese claro donde estuve unos 30 minutos, el Toro siguió embistiéndome para hacerme caer. Logré caer en un matorral donde estuve un poco más protegida. Ahí el Toro me pegó varias veces en la espalda y en las piernas. Luego me pude girar y acurrucarme como una niña, donde me pegó en las pantorrillas varias veces. Luego cuando pude, me salí del matorral y me fui hacia unos árboles para buscar más protección. Ya exhausta de luchar contra el Toro, me acurruqué contra un matorral. El Toro siguió bramando y pegándome.
Estaba en un hilo entre la vida y la muerte. Me sentía muy viva y al mismo tiempo vulnerable; lo único que pude hacer en ese momento fue entregarme. Y humildemente decirle al Universo, soy tuya y me entrego al Plan Divino. Si es mi momento de morir, así será.

Comencé a gritar para que me encontrara Ronald. Y resistí. Y esperé. Y en un momento providencial, llegó Ronald y me encontró. ¡Asustó al Toro y él lo embistió también a él! Él venía con un machete, y en ese momento me encontró. Yo temblaba, pero me sentía llena de fuerza. Revisé rápidamente y no sentía heridas mayores ni fracturas. Él me preguntó si quería descansar. Yo, temerosa de que el toro podría regresar y sintiendo aún la adrenalina en mi cuerpo, le dije, vamos para arriba. Fueron unos 45 minutos subiendo a paso lento, temblando del cansancio, parando a tomar agua en un riachuelo y llegando hasta la carretera principal. Amanda había llamado a la policía, que nos encontró en la mitad del camino, y a una ambulancia que estaba esperando cuando llegamos y me llevó inmediatamente al centro de salud.
Y bueno, Ramon, sigo procesando esta prueba que llegó a todo nivel: física, mental y espiritualmente, y sigo sintetizando unos mensajes de la sabiduría de esta experiencia que te escribiré en mi próximo escrito.
Por ahora, te cuento que lo Esencial es Invisible para los ojos como dijo Antoine de St. Exupéry en El Principito. Y que milagrosamente, salí de esta experiencia sin heridas graves ni fracturas leves. Eso sí, muy pero muy magullada y llena de hematomas que sigo cuidando.
También te cuento que lo Esencial, que fue la Vida misma, me fue regalada nuevamente. Y yo, felizmente y con inmensa gratitud, la tomé de nuevo.
Todo lo demás, son distracciones.
Te mando un fuerte abrazo de Toro,

Mentora en emprendimiento para Mujeres con Propósito
Fundadora – CEO Academia Musas®
Inversionista en Shark Tank Colombia